Cuarto Día del Mañana – Marketing World

El ya anunciado cuarto día de mañana empezó cuando Luisa Fernanda Martí, la famosísima locutora de la SER, me llamó y preguntó si me interesaba colaborar en “Avecrén llama a su puerta”. Un mundo nuevo se abría ante mí. La publicidad se estaba situando como factor social esencial y los caminos del desarrollo contaban con ello. Mariano Povedano, el director del equipo, era poeta famoso por las tertulias, y autor teatral, los programas de radio y las colboraciones de prensa. Él, como yo, también nació, pero lo explicó mejor:

Un mes de abril fue testigo.
Apenas el día entrado,
el mundo se vio aumentado
nada menos que conmigo.
Me tomó en brazos mi tía,
hizo un gesto, luego un guiño;
y no sé qué me vería,
que salió gritando:
¡Es niño, es niño!

Mientras elaboraba preguntas para concursos de radio, escribía programas de cuatro horas de chistes de coches e intentaba motivar la introducción de canciones que alegraran la tarde del domingo a las familias del 600, resolvía los recursos de concursantes eliminados y preparaba preguntas para entrevistas a actores y dramaturgos, nació la Televisión. Y “éteme aquí” que me vi escribiendo cuñas publicitarias (los spots de la época; todo en directo). Doce escribí y al ver que ninguno salía en pantalla, lo indagué. Reconocían la gracia dramática de algunos, pero se necesitarían actores de los que no se avienen a cobrar sólo las 300 peseta tasadas por su colaboración.
– Si es por eso, me tienes a mí. Fui actor en el TEU.
– ¿Te atreverías?
– Por favor, que lo he escrito yo. Sólo te pido que elijas uno de los que el protagonista sale disfrazado. Entrambasaguas, el director de mi tesis, tiene televisión.
– Te prometo que no te reconocerá nadie.

Cuando el jueves me incorporé a la cola del Ministerio de Educación para conseguir las entradas de mi habitual concierto del domingo en el Monumental (la Orquesta Nacional repetía el dado el viernes en el Palacio de la Música), unos diez o doce conocidos/das me saludaron, no con un simple gesto de mano, sino que vinieron a felicitarme por lo divertido que había estado en mi papel del anuncio de televisión (confieso que algunos me preguntaron cómo me había atrevido con un personaje tan ridículo). Se me cayó el mundo a los pies; sobre todo porque al domingo siguiente tendría que interpretar la segunda cuña seleccionada. No cabía renunciar y Entrambasaguas seguía teniendo televisión.
Cuando a Gallina Blanca se le ocurrió llevarse a Barcelona el equipo de publicidad todos los componentes renunciamos. Comprobé que había pasado el momento de Lector en universidades extranjeras a las que yo, por conocimientos, podría tener acceso, así que emprendí mi papel de profesor in situ.
La decepción me había aprisionado a mi retorno de Mallorca (mi novia me anunció sin preámbulos que no teníamos futuro, porque ya había iniciado su día del mañana con otro. Me pareció fatal. Me lo podía haber dicho por carta cuando estaba saliendo con cualquiera de las 23 extranjeras con las que ligué en Palma). Empecé a olvidar aquella decepción cuando conocí a Brit, una chica sueca con la que hablaba en alemán y me carteé bastante tiempo, cuando regresó a los helados cielos del hemisferio norte. Hasta que en uno de aquellos cambios de pensión que nos deparó el destino, al asomarme a la ventana quedé fascinado por un rostro, una imagen de la que no me podía desprender, ni cuando trabajaba en el Ateneo o la Biblioteca Nacional para diagnosticar los errores que en cientos de emisoras de radio se producían en las primeras fases de nuestros concursos. Ésta era la imagen:


-…si no quieres esas dependencias, prepara oposiciones- me dijo.

Y un año y tres meses más tarde, esperaba ansioso que se hiciera público el programa que iba a regir ese año para Lengua y Literatura. Se habían convocado 12 plazas (dos más de lo habitual), y sólo habíamos firmado mil ochocientos treinta y cuatro opositores; una ocasión esperanzadora.

(Toma de Cátedra: en proceso…)      Volver a Biografía