Mi Tercer Día de Mañana – Rei Militaris

Mi tercer día de mañana comenzó al terminar mi estupendo servicio militar. Hasta el excelentísimo Capitán General de Baleares me reclamó. Quería ocultarlo pero no debo. Quizá le dijeron cómo me hicieron cabo (a la fuerza). Siguiendo los consejos de mi amigo de no significarme para bien ni para mal, cuando pidieron voluntarios para el curso de cabos, no lo suscribí, pero tampoco lo hicieron casi ninguno de los seleccionados. Mi ejercicio de examen fue exhibido (incluso en mi presencia) como algo perfecto y calificado con 10 en todos sus apartados. Que les gustara más cómo redacté los conceptos de disciplina, estrategia o logística que aparecieron en el cuestionario me pareció normal, pero saber que había sido perfecto mi exámen de matemáticas siendo hombre de letras me llenó de orgullo. Sólo recuerdo la primera cuestión: “Escribir el número Mil Ciento Uno”.
Las fuerzas del orden militar me hallaron con dos amigos y tres francesas en la cueva de “El Asno de Oro” –no el encarnado por aquél romano que “quiso volverse ave por consejo de una dama que sabía de hechicerías y por error en el conjuro, se le alargó el ocico y se le alzaron las orejas. En una palabra, se había convertido en burro”-. Como habréis adivinado, el asno de oro que glorificaba la famosa sala de fiestas era “Platero”, exhibido en una improvisada o premeditada cuadra; puede que fuera un tataranieto del asno de Juan Ramón Jiménez (aunque él nunca lo escribió, cuando terminó el libro ya había tenido tres Plateros de pelo sedoso), el asno que todos los niños españoles que acabaron el bachillerato habrán llorado (al menos los que lo hicieron antes de que entrara en vigor la LOGSE). Lo digo porque mi hija Amaya, cuando tenía cinco años y yo quería leerle un cuento literario tan enternecedor como “El mudito alegre” ella siempre quería “Platero y yo” y cuando le buscaba un pasaje divertido y simpático, ella reclamaba que le leyera la muerte de Platero. Y otra noche que se dormía gimoteando y con los ojos llenos de lágrimas.
La pareja de la policía militar me reconoció (quizá por mi impoluto corte de pelo). Me indicaron que tenían orden de mi búsqueda.
– Pero ¿no captura?
– No. Se reclama tu presencia inmediata en Capitanía.
Les indiqué que no iba vestido de forma adecuada y que necesitaba ir a casa para vestir el uniforme. Dada la urgencia, el cabo primero que mandaba la patrulla sacó un “gualki talki” (no se si se dice así) de la época y comunicó con su superior. Un poco desencantado, me dijo:
– Podéis seguir con vuestro asunto. Han encontrado otro traductor de francés. Dale uno de mi parte – y señaló con la mirada a la chica francesa que me acompañaba.
Así terminó mi tercer día de Mañana.

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