Incoherencias semióticas de «Gaspar» (cont).

(…) He intentado en este estudio dar explicación a alguna de las incoheremcias a través de los avances semióticos en distintos campos. Como hemos visto, Peter Handke altera desde el primer momento la distinción que Ingarden hacía entre “lenguaje primario y secundario” y Kaspar, el protagonista, rompe con todos los métodos de clasificación que podrían otorgarle su integración en un grupo social. Ni las “pautas de reconocimiento visual” de Wirdhwistell, que en las actitudes de Kaspar se diluyen, ni los “adaptadores” descritos por Ekman y Friesen logran permitirle algún grado de comunicación. Sus movimientos son siempre nuevos, no repetidos, probablemente para evitar lo que Barthes denominó “semantización de los usos”. Yo más bien diría “semiotización de los usos”, para no convertir los movimientos de Kaspar en signos concretos y repetibles en determinados contextos. Rupturas lógicas en un bebé que nace adulto y comienza a hablar al memorizar una frase compleja, muy compleja:

“Quisiera ser como aquél que otro ha sido una vez”.

Guiado por los Apuntadores, personajes presentes/ausentes (en realidad abstracciones de la conciencia) descubre el poder del lenguaje y cómo su estructura lógica se rompe. Kaspar llega a la desintegración de su frase por alteración de los rasgos suprasegmentales que definen palabras, sintagmas y frases.

No sé si Peter Handke era consciente del acoplamiento formal del aprendizaje y formación de Gaspar; encaja en un proceso estimado científico o al menos pseudocientífico. El comportamiento de Gapar responde a las fases que establece Luria. En la primera fase de su aprendizaje, su actividad no se interrumpe por las palabras que le dirigen los Apuntadores; pueden motivarlo a emprender una nueva acción, pero no interrumpe una ya iniciada. Es el comportamiento que Luria ve en un niño que empieza su prendizaje. Las siguientes fases de su educación prescriben así mismo su comportamiento, hasta llegar al dominio del microuniverso que está conocinedo. No llega a presentir su pérdida de poder ante la descomposición sistemática del lenguaje: la alteración de la puntuación, la fragmentación de los sintagmas entre las intervenciones de los Apuntadores, etc. Intenta defenderse con su frase primera pero es inútil. Hay una desintegración de la estructura lógica de los mensajes y una ruptura de la estructura compleja, pero sólida, que su frase tenía:

Quisiera
quisiera ser como
una vez
quisiera como
aquél que una vez
otro
aquél otro
aquél

Se llega al caos, reagrupa los segmentos mínimos de forma aparentemente aleatoria:

“Mor troma livez que qui zarte”.

Las tesis de Goldman, Empson, Franz Boas, Rossi-Landi o Lotman sobre las formas de la comunicación y las diferencias entre los códigos del emisor y el receptor están ahí, pero la eficacia del lenguaje para conseguir el poder se ha perdido. Gaspar es un neófito que ha de iniciar de nuevo su aprendizaje, dirigido, eso sí, a colaborar con un poder oculto, el verdadero poder. No desdice, sino que apoya la tesis de Sapir-Worf: “la percepción que tenemos del mundo está programada por la lengua que hablamos”.

Cuando Gaspar toma conciencia de esa realidad, el ruido que hacen los Apuntadores y los otros Gaspares le impiden reivindicar su afán por ser útil, ya es tarde. Vuelven las incoherencias como señal de su destrucción. No comprende nada. El último atisbo de coherencia lo concentra en la desesperada justificación con que se cierra la obra:

Yo
sólo
soy
casualmente
yo

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