No Fui Siempre Niño

No fui siempre niño (otros nunca crecieron). Empecé a cumplir años sin remisión y al llegar a los diez, aprobé el examen de ingreso en bachillerato. Desde ese momento sentí como una vejación el diminutivo de mi nombre. Mi familia accedió al ascenso nominativo, aunque según mi hermana tuvo que gritarme diez veces “¡¡¡Pepe!!!” y darme un golpe en el hombro para que atendiera a su llamada; era la primera vez que me llamaban así.
Hacía más de un año que había terminado la guerra y mi hermano y yo entramos, como todos, a formar parte de la O.J., el primer reclutamiento juvenil de Falange. Era un partido que en Abarán había instaurado mi primo Pepe, tras haber asistido, con sólo 16 años, al famoso mitin de José Antonio. Pepe logró una avalancha de inscripciones. Cuando empezó la Guerra, creo que ya eran siete los militantes, entre hermanos, amigos, primos y vecinos. Un éxito tan espectacular que le costó la vida. Cuando tras la misa de los domingos aparecíamos formados en el paseo de la Ermita, recibíamos, sacando pecho, una arenga en la que se nos aventuraba ser “los hombres del mañana”. La vanagloria que la primera vez sentimos, pasó a ser para nuestros adentros un “¡Ya está bien!”. Cursamos el bachillerato en Cieza. Hasta tercero, los cuarenta y tantos alumnos de Abarán hicimos el camino andando. Cada día, los hiladores que hilaban cerca de la garita se convocaban para vernos pasar. No sé donde se metía Perico, porque lo convocaban a gritos:
– ¡¡Perico!! ¡Que pasan los del mañana!
Nos señalaban con el dedo y se reían. Los improperios, insultos y antirrequiebros familiares partían sólo de nuestras filas; y lo más desesperante, no les afectaban; si nos devolvían algún “A la tuya, que es más furulla”, lo hacían sin enfado, sin dejar de reir. Todo acabó porque a partir de cuarto se generalizó la bicicleta y los pequeños tomaban el bus de línea. Nuestro paso por la Garita de Consumos ya era rápido.

El Primer Día del Mañana     Volver a Biografía