Prolijicidad Universitaria

Sería prolijo relatar mi permanencia como alumno universitario, incluso evitando los avatares sentimentales, así que simplemente diré que entré a formar parte del TEU de la Complutense dirigido por Antonio Prieto, y eso lo digo porque este hecho me ligó al teatro. El deseo de desentrañar su esencia, su modo de comunicación, la conjunción de sus sistemas semióticos y la belleza de su espectacularidad marcó hasta cierto punto mi vida.
Terminada mi licenciatura con un cierto éxito, estuve a punto de ser nombrado Lector de Español en Tübingen, pero el Ejército me rebajó esos humos. Cuando solicité la prórroga de un año para mi incorporación a filas y poder viajar a Alemania, se me denegó porque ya había gozado de las dos prórrogas oficiales que necesitaba para acabar la carrera, así que renuncié a ser alférez y me decidí por un estado especial de guripa (mili de la buena, de la de antes de la Guerra), ya que era el más rápido cumplimiento patriótico. Después de una semana de asueto por Mallorca con Fernando Martín Iniesta, amigo ciezano poeta y dramaturgo, mi entrada en el cuartel de Ingenieros de Baleares de Palma resultó de libro. Un teniente con el que me crucé se mostró amable, me dio la bienvenida y dirigiéndose al soldado de puertas que me acompañaba le aconsejó:
– Parece limpio. Si no se quiere duchar, que no se duche; con que lo pelen, basta.
– ¿Y no podríamos cambiar el pelado por la ducha?
– Eso no es posible, son cosa de Capitanía General.
– Si es del Capitán General… No hay más que hablar.
Vi dañado mi poder de convicción, pero tenía razón; en ingenieros no se rapaba a los reclutas (sólo un hondo recorte para el verano), y justo el año de mi incorporación, una protesta salida del cuartel de artillería movió al Capitán General indicar al Teniente Coronel, al mando de nuestro cuartel, que no era conveniente la discriminación en la bienvenida a los reclutas; en vista de lo cual, “al cero”. Erróneamente, pensé en una desacreditación de mi nivel superior de enseñanza. Así que no me extrañó mi fichaje.

– ¿Nombre?
– José.
– ¿Apellidos?
– García Templado.
– ¿Profesión?
– Licenciado en Filosofía y Letras (Filología Románica).
– ¿Sabe leer?
– En español, francés, italiano, alemán, portugués y un poco en rumano.
– ¿Sabe escribir? Sí.- Ya no me preguntó; respondió por mí.

Los dos meses incompletos de campamento (25 días, quitando sábados y domingos), como profesor y jefe del profesorado para analfabetos y deficientes culturales en filas y los cuatro meses en la Jefatura de Ingenieros de Baleares (todos los días de nueve a dos, quitando sábados, domingos y festivos) como funcionario de los servicios de ingenieros -ya sabes, control de fortificaciones, artillado, y comunicaciones-, fueron magníficos; el tiempo de asueto: playa, lecturas y ligue con extranjeras (para practicar otras lenguas, aunque tuviera que ser en salas de fiesta). Esta especie de chollo militar se me acabó cuando me trasladaron a Madrid a la Escuela Superior del Ejército, aunque el trabajo era más propio a mi formación. Fui destinado a la Biblioteca y mi eficiencia me granjeó la amistad de dos generales, y del comandante Jarnés, hijo de Benjamín Jarnés, profesores de la institución. El Comandante Jarnés era especialista en física cuántica y astrofísica así que sabía el alcance que tenía la serie de Diego Valor que escribía para los domingos de la SER (no cometería un desaguisado futurista como el de Julio Verne, que predijo la invención de la televisión para el siglo XXIX). Les proporcioné bibliografía más amplia que la solicitada sobre la conexión de las letras y las armas. Al cabo de un año, sin contar quince días de permiso en Navidad, me licenciaron con el primer lote (espero que no fuera por ser dos años mayor que la mayor parte de compañeros de fatigas).

Mi Tercer Día del Mañana – Rei Militaris     Volver a Biografía